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Somos apicultores con más de 10 años de experiencia, las mantenemos en nuestros colmenares, sacamos los productos derivados de la apicultura (miel, polen, cera, etc), y además estamos especializados en retirar las colmenas fuera de su hábitat (ciudades, árboles, edificios, naves, etc..), para luego transportarlas a su hábitat natural y que sigan realizando su importante labor polinizadora.
Debemos hacer una clara distinción entre el beneficio buscado por el apicultor, como fruto de su trabajo, y la importancia que supone la existencia de abejas para el medio natural. El interés del apicultor se centra, lógicamente, en la obtención de miel y cera porque es la ganancia más directa y palpable que saca de su trabajo. Otras producciones típicas de la colmena, como pueden ser el polen, la jalea real o el propóleo, también fueron importantes en el pasado pero hoy apenas son aprovechadas en España. Podemos decir lo mismo de los contratos de polinización de cultivos, muy importantes en otros países como en Estados Unidos, pero apenas existentes en nuestra comunidad. No obstante, la importancia de la abeja excede al puro lucro comercial. Si nos gusta la naturaleza nos daremos cuenta de que las plantas silvestres, árboles y cultivos necesitan polinización, y que ésta se produce principalmente mediante la colaboración de insectos polinizadores (es la forma más frecuente y la que necesitan la mayoría de las especies vegetales), o por medio de otros agentes como el viento (frecuente entre especies forestales, cereales), el agua (en plantas acuáticas y tropicales), pájaros, etc.
Dentro de la polinización realizada por insectos, destaca la abeja melífera como el principal vector de los granos de polen que van a permitir la fecundación de las flores. Se estima que un 80% de dicha polinización es realizada por la abeja, quedando el resto a cargo de otros insectos como las mariposas, moscas, escarabajos, etc. El uso de abejas en la polinización de cultivos es práctica común en árboles frutales (almendros, cerezos, melocotoneros, perales, manzanos, etc), también en algunas oleaginosas como la colza y el girasol, en leguminosas forrajeras como la alfalfa y el trébol, la zanahoria, cebolla, pepino, melones, y en otros cultivos como el algodón, el pacharán, etc.
Por ello, si entendemos la importancia de un sector productivo desde un punto de vista meramente económico y medimos así cuánto supone la actividad apícola dentro de la producción final agraria, saldremos mal parados.
Llegados a este punto deberíamos plantearnos la siguiente pregunta: ¿Qué sería de los bosques, montes y praderas sin la presencia de nuestras abejas? La respuesta es sencilla. Como hemos comentado, la mayoría de la cubierta vegetal existente necesita la presencia de insectos polinizadores para realizar la fecundación de sus flores, y por tanto, sin el trabajo de éstos, la vegetación prácticamente desaparecería y con ella la mayoría de las especies de fauna silvestre.
Ninguna otra actividad ganadera puede competir con la apicultura en la conservación y mejora del medio natural y en el cuidado del paisaje.
El veneno, tanto de abejas como de avispas, es la suma de diferentes sustancias, muchas de ellas tóxicas, que por sí mismas producen irritación en el cuerpo humano.
Tras una picadura de abejas o avispas se produce una reacción en la piel que generalmente es de corta duración, con enrojecimiento e hinchazón alrededor del sitio de la picadura, dolor más o menos intenso dependiendo del lugar seguido de picor, de unas pocas horas de duración, aunque en algunas ocasiones puede durar más tiempo. Normalmente aparecen rápidamente tras la picadura y se resuelven en unas pocas horas.
En individuos con un buen estado general de salud y no alérgicos al veneno de abeja o avispa, se ha demostrado que se pueden soportar bastante bien de 1 a 25 picaduras.
Se ha estimado que los efectos tóxicos aparecen a partir de 50 picaduras y que la dosis letal para un niño sería de 100 picaduras y de 500 picaduras para un adulto. Estos efectos tóxicos pueden afectar a la piel, músculos, riñón, hígado, sistema nervioso y pueden producir alteraciones de la coagulación y ruptura de los glóbulos rojos.
Consisten en una zona de inflamación alrededor del sitio de la picadura, con un diámetro superior a los 10 cm y que permanece más de 24 horas.
Se acompañan de dolor, picor, enrojecimiento y endurecimiento.
En estos pacientes, posteriores picaduras con frecuencia vuelven a producir reacciones locales extensas pero raramente reacciones generalizadas (menos del 5%).
En individuos alérgicos una simple picadura bastará para provocar un cuadro general con, ronchas, dificultad para respirar, mareo… Estos síntomas, con afectación de diferentes órganos del cuerpo, son lo que llamamos una reacción anafiláctica o anafilaxia.
Ante un cuadro de anafilaxia la rapidez a la hora de administrar el tratamiento adecuado determinará la eficacia del mismo. Se debe recibir de forma inmediata atención médica
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